La autora promociona su novela, titulada Elementos Impares, como una obra hecha “con método científico y prosa subjetiva”.
Cris Winters ya tenía el primer borrador de una autobiografía en la que desmenuzaba sus experiencias, en lo que se antojaba como una catarsis, de esas que funcionan muy bien porque la gente se identifica con ellas. Aunque sentía que aún le faltaba cierto ritmo para redondearla.
En algún punto de ese proceso, recibió una invitación para una residencia de artistas en Francia y fue ahí donde se tropezó con una idea que terminaría por darle forma al libro.
“Escribí un capítulo que acabó siendo el que ahora corresponde a Titanio, que es como una especie de rezo sobre el dolor, y eso me llevó a recordar cuando en la escuela me hicieron aprenderme la tabla periódica de los elementos y la musicalidad que tenía la tabla a la hora de repetirla”, cuenta en entrevista con El Sol de México.
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En aquel primer texto, había una dirección importante en la que había un elemento irónico, porque trataba sobre una relación que se dio en un departamento de número 69 -con todo y la connotación sexual que suele dársele a ese número- y en el que el problema era justamente la vida sexual de los protagonistas.
“Investigando me di cuenta de que Mendeléyev hizo la tabla periódica en 1869 y así empecé a encontrar varios paralelismos de la tabla con mi vida… De ahí surgió un poco la idea y las reglas de este libro en el que los capítulos son ciertos elementos”.
A partir de ahí, comenzó a encontrar más paralelismos con distintas vivencias propias y a desarrollar ese método creativo.
“Por ejemplo, si conocía a alguien pensaba: Se me hace alguien muy Plata, y a la hora de investigar resultaba que efectivamente tenía reacciones de Plata. A partir de ahí me empecé a sentir guiada por esa fuerza superior creativa y fue cuando se volvió adictivo para mí escribir esta obra”.
De ahí que la autora promocione su novela, titulada Elementos Impares, como una obra hecha “con método científico y prosa subjetiva”. Aunque al mismo tiempo es una obra que podría leerse sin la connotación de los elementos químicos, precisamente porque se basa en historias con las que muchos pueden identificarse.
Pero Winters justifica que la presencia de los elementos le ayudó a agregarle un elemento lúdico a algo que era tan personal para ella.
“Fue más bien como una guía, porque cuando escribes de algo tan personal, eso te ayuda a decir: Ok, no es mi vida, es un juego”, porque además las relaciones no se pueden categorizar… La tabla me sirvió para jugar con el lenguaje, como en la parte del Azufre, que se vuelve como una onomatopeya de cuando todo sale mal”.
¿Una novela para millennials?
Winters es una voz sensible y reflexiva que se asume como parte de su generación, y a la que le interesan temas como las adolescencias prolongadas de los adultos o el fugaz sobreestímulo posmoderno.
“Los millennials somos una generación de transición. Yo me acuerdo que antes ligar en internet era como de señoras desesperadas, pero ahora es de lo más casual y casi que si no te relacionas así ya no hay forma. Creo que también hay un síntoma del capitalismo en la manera en que nos relacionamos, como si fuéramos productos, ¿no? Ahora pides un Rappi-piojito, para que alguien venga a tu casa y tenga sexo contigo, además de que nos calificamos por nuestra foto o por dónde estudiamos, en un juego de seducción que es como una caricaturización de quiénes somos”, reflexiona.
Asegura que la tecnología está haciendo que la forma en que nos relacionamos cambie tan rápido, que cuando un antropólogo o un sociólogo hacen un ensayo sobre ello, la situación ya cambió otra vez.
Lo que también cambió para ella fue la forma en la que terminó este proyecto, con respecto a cómo comenzó.
“Al principio era más como una catarsis sobre aquella relación, la que corresponde al personaje de Hidrógeno, pero en el camino seguí creciendo y el libro ya no se trató de eso, sino de una radiografía de cómo nos relacionamos y de cómo nos encontramos a nosotros mismos en los demás”.
“Supongo que sí, si tuviera que ponerle un target, a lo mejor sería una novela para mujeres millennials o mujeres más jóvenes que apenas están descubriendo esto, aunque también la leyeron hombres que son Generación X y me dijeron que se identificaron, porque como además estamos en una sociedad patriarcal en la que el hombre más grande sale con la mujer joven, pues al final la Generación X sale con millennials”, concede.
“Al final creo que soy producto de mi generación, una generación cuya forma de cortejo es subir una selfie para que te manden emojis de fueguitos y una generación que aparentemente es narcisista, por lo que no es extraño que una chica como yo haga una novela sobre su vida”.
En su sitio de internet, Cris Winters tiene tres formas de contacto: Correo electrónico, Instagram y Spotify. Le hacemos notar que la última de ellas no es una vía de contacto en forma, lo que ella refuta de manera elocuente:
“Al revés, yo creo que la música es una forma de contacto, porque no hay mayor lenguaje del amor que hacerle una playlist a alguien, ¿no? Y este libro es muy musical, porque crecí con un papá boomer, muy melómano".
"O sea que para mí los Beatles y Mick Jagger son mis tíos… Todos ellos se mencionan en el libro. De hecho yo empecé escribiendo como periodista musical y haciendo entrevistas a muchos músicos, además de que el personaje de Hidrógeno es músico, por lo que gran parte del cortejo y de la comunicación se dan a través de la música”.
Al mismo tiempo, aclara que aunque el libro está impregnado de canciones, también tuvo que tener cuidado para no colgarse gratuitamente de ellas.
“Hablaba con un amigo de que se puede considerar trampa cuando un escritor dice que ‘sonaba tal canción’, porque entonces ya no eres tú el que está creando la atmósfera, sino que estás usando al artista para crearla, así que hay que tener un balance”.
Un esfuerzo independiente
Elementos Impares se puede adquirir en formato físico y en puntos de venta como el sitio cris-winters.com y las librerías U-Topicas y Libros Helados, ya que se trata de un proyecto totalmente independiente.
“Lo edité yo misma, con mis recursos. Y creo que no tiene un precio alto, tomando en cuenta lo que cuestan actualmente los libros y que éste además tiene una propuesta estética del artista Iván Krassoievitch, quien hizo la portada, además de los elementos interiores que representan al símbolo de cada elemento y que parecen como una mancha de ciertos flujos, porque una de mis influencias es el poema “El Listado de Dios sobre Líquidos”, de Anne Carson, que dice que el libro de Dios estaba abierto en la página del placer y que tenía enlistados líquidos como el alcohol, la sangre, el semen y las lágrimas... Yo creo que esa fue la regla para mí, porque aquí hay muchísimo sudor, muchísimo semen y tantas lágrimas, que el sodio se vuelve su símbolo, por lo saladas”.
Como una cortesía para los lectores de Normal, la autora comparte dos adelantos de su libro.
Mendelevio (101)
Un cuento. La vasta región geográfica nombrada Siberia. Rusia Asiática. De los Montes Urales hasta el Océano Pacífico. En mi imaginario, el reino de Putin. El Ártico, Kazajistán, Mongolia, Corea del Norte y China. Peste a conflicto nuclear. De nuevo Putin pero ahora montado en un oso. Torso al descubierto. Machismo que coquetea con sensualidad. Desprecio su homofobia pero su existencia me excita. 76 por ciento del territorio ruso. En turco: tierra dormida. El Yeniséi y el Lena. Taigas. Círculo Polar Ártico. El Obi y el Irtish. 1834 en Tobolsk. Nace Dimitri. Es el menor de 17 hermanos, aunque dice Pavel, su hermano, que solamente 14 vivieron lo suficiente para ser bautizados. La realidad es que el número de vástagos varía de acuerdo al biógrafo.
Como a mí, a su hija le gustan los poetas (Neptunio). Fue la esposa de Blok, a quien comparan con Pushkin. Pienso en el parque en la Roma Norte. Calle: Colima. Número: 25. La casa de Diego en frontera con la Doctores. De vuelta a Dimitri. Se apellida Mendeléiev. Ahora lo ubicas. Era mi tipo: el rumor oxidado anuncia que solamente se afeitaba una vez al año. Barbón. Desaliñado. Como Diego. Aquel que con su barba lijaba mi piel. Un recuerdo. Él lamiendo mi labia mientras yo succiono su pene. Sixty nine. Ag, Ag, Ag. ¡Argentum! La vida se mide en orgasmos desde que fui desterrada de Estocolmo 69, planta alta, en la San Miguel Chapultepec. Ese número también marcó la vida del químico. 1869. Año en que publicó la primera versión de la tabla periódica. Luego una interpretación mejorada. Actualidad: el acomodo de los elementos muestra tendencias periódicas, como elementos con comportamiento similar en la misma columna. He hecho yo lo mismo con mis amantes. Para honrar a Dimitri le han dedicado un asteroide, un elemento que se abrevia Md y un cráter en la cara oscura de la luna. Yo he decidido homenajearlo de forma distinta. Homage. Mi acomodo de amores me convierte en adivina. A sus contemporáneos les pareció soberbio que dejara espacios vacíos, aventurando que algún día serían ocupados por elementos para los que describió propiedades fundamentales. Justamente en eso radica su genialidad. El tiempo estuvo de su lado y con el hallazgo de los elementos previstos su química dejó de ser alquimia. Su metodología acreditó el carácter predictivo de las leyes naturales. ¡Ciencia!
Con mis amigas sucede lo mismo que con sus colegas científicos. Les parezco una necia intentando convertir patanes en oro. Escépticas a mi método, no comprenden que aún hay huecos en mi tabla. Yo: alquimista. No se agota la fe en el amor. Oro. (79) Au.
Au.
Au.
Au.
Au.
¡Aú!
Titanio (22) Ti
Tenía dos cobijitas, una rosa y una verde. Ambas me servían como protector de la ansiedad y extensión de mi madre, y yo las llamaba Bibi. La rosada, que tenía bordado un ciervo en satín, era mi favorita. Como la arrastraba, mi madre la cortó en dos y así yo alternaba los trozos de tela rosa para acariciar su orilla deshilachada a la vez que me chupaba el dedo gordo derecho antes de dormir. Una vez que el uso extinguió los dos trozos de tela rosa, comencé a usar la Bibi verde. La infancia tiene lujos más allá de poder inventar tu propio idioma; en ocasiones te da la posibilidad de reemplazar algo que se agota por otro igual. Sin duelos. Prehistoria de mi lenguaje. Cuando me cortaba, me refería a la herida como títi. Mamá, tengo títi. Pero tener títi, más que tener una herida era sentir dolor. La primera vez que me picó un alacrán lo anuncié con esa palabra. Títi. ¡Mamá, tengo títi! Aquella vez la solución fue avapena y un paquete de Sugus violeta.
Hoy: más de 270 días con títi perpetuo en el corazón. Títi. No me besa. Títi. Me apoda bonita pero no me hace sentir que soy bella. Títi. Nunca me coge. Títi. Me he aislado de mis amigas. Títi. Ya no sé relacionarme con mi entorno. Títi. Mi piel ya no brilla. Títi. Me he vuelto fea. Títi. Tiene mucho trabajo y me anula. Títi. Jamás estaré a la altura de la doctora. Títi. Me rechazaron en otra entrevista de trabajo. Títi. Extraño el neón. Títi. No logro florecer en su sombra. Títi. Me saboteo. Títi. Vivo sedienta. Títi. Ley del hielo cuando hago algo que le molesta. Títi. No me desea. Títi. No sabemos comunicarnos. Títi. Que ya lo cansó mi depresión post aborto. Títi. Silencio. Títi. No me reconozco al espejo. Títi. Estoy gorda. Títi. Mi piel está seca. Títi. Se apagó mi mirada. Títi. Arión. Títi. Nunca cortaré sus pezuñas negras. Títi. Nadie más que él sabe que he decidido amar a alguien a quien mi cuerpo le causa repulsión. Títi. Me asfixia el secreto. Títi. Nunca había estado tan sola. Títi. Dos sílabas. Títi. El lenguaje adulto no me alcanza para expresarlo. Títi. No sé si es piquete, mordedura, quemadura, o qué cosa, pero un dolor permanente me asfixia. Títi. Los sugus no me consuelan. Títi. Necesito avapena. Títi, extraño ser humo violeta.
Títi, ¡mamá, tengo títi! Ta. Ti ti, tá. Ti ri, ti ri, tá. Tah. El salón del London. Secundaria. Miss Marcela nos hace pararnos uno por uno y leer en voz alta una serie de notas musicales. Ta, ti ti, tá. Ti ri, ti ri, tá. Hubo una época en que la música me hizo feliz. Peleamos. Me voy a dormir a su habitación y él se queda terminando de ver alguno de los tres colores de Kieslowski en el cuarto de visitas. Veinte minutos después viene a revisarme y aunque lo veo, finjo estar dormida. Títi: los sueños son mejor que la vida. Títi, un infierno que vuela ha desbancado nuestro castillo de hidrógeno. Títi, duele de más estar viva. Títi.
Sale y sube al estudio. Escucho el murmullo del piano. Ti, ti, ti. Tí. Pausa. Un error. Es la parte que no se sabe de esa “Gnossienne”. Títi. Satie. Títi. Abro YouTube. Pongo “Feels Like We Only Go Backwards” de Tame Impala. Títi. La letra será nuestra, pero la melodía psicodélica es sólo mía. Títi. Ese día por fin lo comprendo. Títi. No más simulacros en repliegue bajo las bancas de mi antiguo colegio. Títi: es hora de huir. Títi, mamá, ¡tengo títi!
@djconchaytoro.
Alejandro Castro | El Sol de México
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